Salud! Y sonaban los vasos al chocar durante el brindis al mediodía del domingo. Ya era un ritual que habíamos establecido y generaba un gran placer, un total disfrute y mucha tranquilidad. Sólo éramos tres los invitados a este compartir, que se tornaba muy privado, pero que a veces se sumaban otras personas. En la escena Cristina, mamá Lucy y yo.
Tan privado hacíamos el momento, que las puertas de la Casa Blanca eran cerradas para evitar la distracción y muchas veces la incomodidad de los turistas, quienes un día como el domingo acudirían a nuestro hogar creyendo que era un museo y en consecuencia tocaban la puerta en busca de atención.
No puedo olvidar esa maravillosa reunión, frente a la ventana del comedor principal de nuestra casa, sentados en esas antiguas y cómodas butacas, desde donde podíamos contemplar la espalda de esa gruta divina en cuyo interior estaba la Virgen y ese patio que me vio caer un día en tiempos de lluvia y en una pelea infantil con mi hermano.
Que recuerdo tan conmovedor! La conversación entre Cristinita, mi madre y yo cada minuto se tornaba más simpática y divertida en la medida en que yo iba a la cocina y servía más whisky, más ron o más cerveza, dependiendo de lo que hubiese disponible para el instante. También podía ser un calentado o una piñita, que eran los tragos típicos del pueblo, San Pedro del Río, ese pueblo que me vio crecer.
Cuál era el tema de la tertulia. Como decía La Doctora en Farmacia egresada de la Universidad Central de Venezuela ( mi madre): “hablemos de todo el mundo pero menos de nosotros”. Y así hacíamos. Cuentos iban e historias venían, entre risas y carcajadas.
Aunque honestamente no recuerdo ningún tema de conversación de esas reuniones, si puedo sentir una agradable sensación de felicidad en mi corazón al hacer memoria de esa escena. Y a la par de esa emoción, una gran nostalgia de no tener luego de tantos años, esos dos extraordinarios seres humanos que me formaron, me alimentaron y me brindaron todo su amor durante mi infancia, mi adolescencia y parte de mi adultez.
Luego de la desaparición física de mamá Lucy, siempre me he preguntado cómo hacer para comunicarme con ella. Por qué no poder tomar mi teléfono celular y marcar su número para luego escuchar su voz. Por qué ya no tener esos encuentros y brindis que alimentaban mi alma y mi seguridad de hijo mimado. Pues las respuestas están allí; sólo que las interrogantes se generan con la tristeza de extrañar momentos que no volverán.
Cuando falleció mi Cristinita, siempre pensé que sirvió incondicionalmente a mi familia durante toda su vida, y sus últimos días fuimos poquísimos los que la acompañamos en su último lecho. Que injusto para tanto amor desbordado de su parte, pensé. Donde quiera que esté Cristinita, le agradezco tanto y la extrañaré por siempre.
Luego de una hora de brindis, ya el delicioso olor a una buena cocina se hacía sentir. El almuerzo estaba listo. Sólo eran 3 o 4 tragos de alcohol que antecedían la comida. Era como una corta cita con muy buen humor y alegría, mientras el hambre fluía sin control.
Como muchos domingos, pasamos a la mesa mi mamá y yo. Cristinita nos sirvió el rico pollo al horno con su arroz y la ensalada fresca. Y no podía faltar la fría agua panela. Luego Cristinita, como de costumbre, se sentó en la mesita de atrás junto a la cocina a devorar su sabroso almuerzo.
La siesta precedía la comida. Ya era costumbre. Después de un buen brindis, una fabulosa comida y luego a descansar. Cómo olvidar estos momentos. Cómo no amar el espíritu de estas dos almas. Cómo no honrar su recuerdo. Las amo! Brindo por los tres!
Freddy Uquillas Granados
Excelente!!
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