El Hombre Lobo o un Talibán?
Freddy Uquillas Granados
(Relato fabulado basado en la realidad)
Cuando me miré en el pequeño y desenfocado espejo de mi baño, se me desató un ataque de risa. Reía y reía. No paraba. Tanto, que ya no me podía ver, porque mis ojos aguados estaban inclinados observando el piso. Habían perdido todo contacto visual con el espejo. La sensación de micción mojaba mi ropa interior.
El abdomen me dolía. Las carcajadas se desbordaban. Las emociones también. Sentía alegría, nerviosismo, inquietud y a la vez un poco de miedo. En medio de mi soledad, nadie me escuchaba. Muchos minutos transcurrieron sin control. No podía reestablecer mi normalidad y serenidad. Nada me había hecho reír tanto como el verme a mi mismo.
Repicaba y repicaba mi teléfono celular, pero mi risa y su sonido, me hacía sordo del timbre. Bastó una respiración, la cual me permitió escuchar el estridente ring, ring del “smart phone”. Y al instante, se detuvo mi risa. De no ser así, no se a dónde hubiese parado sin frenos.
Mientras contestaba el teléfono, recordaba una barba y unos bigotes voluminosos, canosos y disparejos. Habían crecido durante la cuarentena, como crías que salen de sus madrigueras por primera vez. Nunca vi tantos pelos en mi rostro. Envejecía mi cara de niño y la transformaba en otro hombre.
Tal vez el hombre Lobo o un Talibán. Eso era lo que venía a mi mente en ese momento. Visualizaba a los musulmanes. Me convertí en uno de ellos, solo que no tenía el mismo vestuario, ni la misma religión ni mucho menos, vivía en el mismo país. Sólo mi barba engendrada en cuarentena y por el Coronavirus era mi identidad y mi copia a ellos.
Y el confinamiento por el COVID 19 se alargaba en Perú. El presidente salió minutos antes anunciando que hasta el 30 de Junio se debía estar encerrado. Aunque la población hacía caso omiso a tales medidas.
No fue difícil que mi imaginación se fuera a otros planos infantiles, donde el convertirse o el mutar era solo cuestión de un abrir y cerrar los ojos. El sueño se hizo realidad. Ya era otro. Ya tenía más edad. Era más viejo, pero me sentía más atractivo a las féminas con la barba. Lo presentía. Ya lo escuchaba de ellas. Un nuevo “look” nació en mi.
Al oprimir el ícono rojo de mi teléfono celular, pensé, que a pesar de todos los atributos que surgieron en el Hombre Lobo y en el Talibán, era imposible que este se atreviera a colocar su mirada nuevamente en el espejo. No deseaba un nuevo ataque ni morir de la risa, como relata la historia sobre el pintor griego Zeuxis quien murió de risa en el año 398 antes de Cristo, mientras pintaba una escena cómica.
Me tranquilicé y no quise retornar al baño, ni siquiera a cepillarme los dientes, los cuales estaban fibrosos y marrones. Ya le tenía fobia a los baños y a sus espejos. Mi bóxer seguía húmedo. Y mi semblante ya era otro.
Eran las 11 de la noche, el cansancio invadió mi cuerpo; ya acostado en la cama calientita, me quedé dormido mientras llevaba a cabo una sesión de meditación.
Al día siguiente al despertar, me vestí de azul, me coloqué la mascarilla en mi rostro, la cual tapaba mi boca y mi nariz. Ahora si resultaba prudente verme en el espejo, sin burlarme de mi mismo ni fallecer de la risa. Nada me perturbó, ni me detuvo. No se notaba mi abundante barba, porque el nuevo look permanecía escondido.
Entonces, salí a comprar pan y queso para desayunar. En la caminata en dirección a la panadería, sonreía pero nadie podía darse cuenta de esta escena. Todo esto en cuarentena.
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