Morir: de hambre o por contagio
Por: Freddy Uquillas Granados
(Relato fabulado basado en hechos reales)
Eran las tres de la mañana y ella daba vueltas en su cama. En sus sueños veía personas que peleaban por alimentos, saqueaban negocios, niños que lloraban hambrientos, padres que luchaban por la supervivencia.
El miedo la estremecía, la hacía sudar y sus palpitaciones eran cada vez más aceleradas. De repente, escuchó la voz de su esposo susurrando y asustado: Susana despierta!!! Qué te pasa?
Bastó un grito de Juan para que ella despertara. Intercambiaron unas cuantas palabras. Su angustia fue bajando poco a poco hasta conciliar el sueño nuevamente.
Las siete y quince minutos de una mañana fría y Susana abrió sus ojos. Fue a la cocina en bata e hizo café. Con su taza plástica y humedeciendo sus labios encendió el televisor. Una imagen del Presidente la dejó muy inquieta.
Caminaba a través de su frágil y pequeña vivienda, mientras oía el anuncio de ampliación por dos semanas más del estado de emergencia y la cuarentena por el Coronavirus.
-Ya no aguantamos más encierro – gritó Susana - Nos vamos a morir de hambre? ¡Mis hijos no tienen que comer! No nos dejan trabajar y si lo intentamos nos meten presos! - Su rabia no era normal -.
Los gritos de la madre desesperada, provocaron que Pepe, de 3 añitos, Juliancito, de 5 años y Camila, la hija mayor, salieran asustados corriendo de la habitación dispuesta para los tres y la abrazaran. Lloraban. Mientras su padre los observaba con impotencia.
En esa casa no tenían refrigerador. Además, el sitio que utilizaban como despensa para los alimentos, al lado de una cocinita de gas, solo tenía medio kilogramo de arroz y una bolsa de lentejas.
Ni el bono ofrecido por el gobierno, ni las cestas de mercado, los habían beneficiado.
Susana y Juan mantenían su familia, antes del confinamiento por el virus, de la venta ambulante, como lo hacían 7 de 10 familias en el Perú.
El padre tenía una barba abundante y vendía frutas y su mujer, con unos ojos claros y con mucha paciencia lo apoyaba. El comercio en la calle y el día a día le daban a medias unos soles para vivir.
Ahora ambos sentían pánico, ante la amenaza latente de morir de hambre o por el virus. El aire pintado de gris, daba señales claras de contaminación. Era una realidad.
Luego de tanto dolor, llanto e incertidumbre durante el día, Susana apoyó su cabeza en el hombro de Juan, mientras le decía: “mi amor todo esto pasará. Tenemos que ser fuertes por nuestros hijos. Ellos son el motor y el motivo”. Y en ese preciso momento, se despertó otra vez.
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