Ya no hay despedida!!!
Freddy Uquillas Granados
(Micro relato fabulado, basado en la realidad)
El señor Víctor murió a las 10 p.m. un 16 de Abril del año 2020. Falleció a los 56 años de edad, en un hospital en Chiclayo, Perú. El coronavirus lo aisló y lo obligó a cerrar sus ojos con melancolía y sin despedida.
Don Víctor, como era conocido en su barrio, no duró 7 días. Un paro respiratorio provocó su deceso. A su lado, estaban decenas de pacientes postrados en camas improvisadas con respiradores mecánicos y un personal médico nervioso y afanado.
Julia y Ana, sus dos hijas menores, en medio de la emergencia, estuvieron días antes protestando a las afueras del hospital, por la falta de información sobre el estado de salud de su papá. Declararon a un reportero de una televisora local. Las acompañaban pancartas y consignas. No sabían nada.
Ante la presión lloraban, gritaban y maldecían en plena calle. Sus pieles ya se tornaban más oscuras debido a los intensos rayos del sol. Horas después y cayendo la tarde, vieron a un hombre alto con un traje blanco de bioseguridad, tapaboca y lentes protectores, quien se acercó hasta la puerta del centro de salud.
Una hermana le dijo a la otra: “por fin sabremos algo sobre nuestro padre”. Y atentas y en suspenso escucharon las duras palabras del doctor Francisco, coordinador de Emergencia, quien les aseguró: “tras una prueba de Covid 19, su padre salió positivo y está en cuidados intensivos. No pueden verlo. Está prohibido la entrada de familiares”, añadió a su retiro.
Ya no había manera de saber de su papá. Ningún teléfono dentro del centro asistencial las podía mantener informadas. No obstante, decidieron pasar la noche a la intemperie. Sólo con sus tapabocas y sin guantes ni abrigos. En plena avenida.
La inmovilización obligatoria por la Emergencia del Coronavirus no las detuvo. Era tiempo de cuarentena. Y para ellas no lo era. Su papá era su preocupación.
La policía peruana hacía su ronda nocturna. Llegó al lugar donde estaban las hermanas. No debían estar allí sino en sus casas. Inmediatamente, cerca de veinte agentes policiales, se bajaron de la patrulla y agresivamente como atrapando a dos delincuentes, apresaron a Julia y a Ana, en medio de su llanto y resistencia.
El desacato de una Ley las llevó a prisión por 24 horas. Mientras tanto, el ser que les dio la vida se extinguía. Los minutos estaban contados. Sólo Dios tenía el poder.
Al amanecer, Don Víctor no aguantó más. El virus que tenía paralizado al mundo, le abrió las puertas del cielo. Todo se había consumado.
Una de las herederas de Don Víctor, abrió la puerta de su casa luego de regresar de la estación de policía. Minutos después, el sonido de un vehículo, que se estacionaba al frente de su vivienda, le causó sorpresa.
Un señor tocaba con prisa la puerta que unos minutos antes abriría Julia. Sólo le bastó que saliera Julia y el hombre colocó una caja en sus manos. Y a su hermana Ana, le dio un papel y le dijo: “firma”.
Toda la angustia, el dolor, los recuerdos de un ser, 56 años y un amor único, se había convertido en un pequeña caja de restos y cenizas.
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